Habéis de saber que aquí no llegué por casualidad. Por mi noveno cumpleaños me fue regalado un mapamundi desplegable y enorme, con gran cantidad de detalles e incluso relieves. Una región en particular llamó mi atención, parecía estar mucho mejor dibujada que el resto, casi queriendo salirse del papel.
Tanto estudié y observé cada uno de sus recovecos que, de repente, un día, caí dentro del mapa. Fue una caída topográfica y muy elegante, como la de un saltador olímpico desde un altísimo trampolín. Una vez sobrepuesta del vértigo de la caída tuve que componérmelas con el temor a estar sola en un lugar desconocido y aunque deseaba ardientemente regresar a mi hogar, también sentía una enorme curiosidad por explorar el territorio.
Además, como conocía el mapa al dedillo, me logré tranquilizar. Lo que sigue es mi cuaderno de viaje y de encuentros con seres y lugares variopintos. Cuando se agotó mi deseo de descubrir y de correr aventuras, volví a casa. Me esperaba un tazón de chocolate caliente en la cocina y muchas cosas más. Todo lo que sucedió después, está aún por ver…